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“They Live” – Del público | Adolescencia a través del cine por Miguel García Boyano

“They Live” (1988), la obra con la que John Carpenter cerró su década más prolífica, sigue la fórmula que tanto rédito le dio al maestro neoyorkino durante la misma, ocultar bajo su aparente falta de pretensiones un virtuosismo formal difícilmente superable en el género de terror. Deudor y amante del cine de serie B de extraterrestres de los cincuenta –no en vano renovó “El pueblo de los malditos” (Wolf Rilla, 1960) y “El enigma de otro mundo” (Christian Nyby y Howard Hawks, 1951)–, el particularísimo homenaje que en esta cinta le rinde –blanco y negro incluido– contrasta con su característico retrato de los bajos fondos de la sociedad americana.

 

La estampa de Roddy Piper, trasunto del Kurt Russell de “1997: Rescate en Nueva York” (1981), “La cosa (El enigma de otro mundo)” (1982) o “Golpe en la pequeña China” (1986), macuto al hombro, de pasado ausente y futuro incierto, se erige en icono de la resistencia a la imperante corrupción extraterrestre. En cuanto John Nada se enfunda, emulando a Tom Cruise en “Risky Business” (Paul Brickman, 1983), esas gafas de sol que le permiten desentrañar los mensajes alienígenas ocultos bajo los dólares (“Your God”), la prensa (“Buy”, “Do not question authority”, “No imagination”, “Obey”) o la publicidad (“Submit”, “Marry and reproduce”), el grueso del público adolescente se entrega a su causa.

La (poca) sutileza de Carpenter no mejora la de aquellos otros clásicos de extraterrestres que lidiaban con la paranoia comunista. La renuncia es consciente. Lo visceral de su protagonista trasciende a lo filosófico de su lucha. Su descubrimiento es casual, al alcance del espectador; no hay letra pequeña, tampoco ambigüedad. El enemigo es claro, la solución también: “I have come here to chew bubblegum and kick ass”.

 

El día de furia del recientemente fallecido ex-luchador de lucha libre canadiense sería fácil de banalizar bajo esa vaga etiqueta de “cine para adolescentes” –confío en la extinción del especificativo “hormonados”–. Pero de igual modo que delimitar el cine adolescente en función de la franja de edad del protagonista supondría simplificar absurdamente tan compleja etapa del desarrollo, asumir que autores de la talla de Carpenter no puedan aspirar a alcanzar a un público universal es, en realidad, prueba de la soberbia y desgracia del crítico.