CODIPRA


CODIPRA

 
Manuel Pombo
 

Manuel Pombo
Endocrinólogo, Profesor Ad Honorem de Pediatría,
Universidad de Santiago de Compostela.

 

“La adolescencia es una especie de mareo emocional”
Arthur Koestler

 

La Dra. Muñoz Calvo, subdirectora de Adolescere, me ha pedido un Editorial sobre tema “libre”. He aceptado con gusto por dos motivos: por la amistad que me une con la peticionaria –espero que no se arrepienta- y porque no en vano he sido miembro de la Sociedad, de la que un día, coincidiendo con la organización, en la que me involucré creo que de forma decisiva, del X Congreso de la Sociedad Española de Medicina del Adolescente, XI Encuentre del Comité de Adolescencia de la Alape y el I Encuentro Luso Español para la Salud del Adolescente, año 1999, decidí irme inmediatamente después. Me abstendré de comentar las razones, por ser escasamente trascendentes y no venir al caso.

Con uno de los más distinguidos miembros de la Sociedad, expresidente de la misma (1996-2004) y socio de honor, el Dr. Josep Cornellá, llegué a tener una gran afinidad, fue uno de mis grandes amigos catalanes (tenía 40 apellidos de ese origen, confirmados), hombre muy viajado (eso enseña mucho, es una estupenda vacuna contra la estupidez y el aldeanismo) y con el que me unían afanes diversos. Sentí mucho su fallecimiento, año 2014. Se fue muy joven, 63 años. Un día me dijo: “Mi mayor preocupación, Manuel, es que falta cultura, falta conocimiento, tan necesario para no dejarse arrastrar por los mitos, y lo que es peor, falta filosofía (entendida como amor por la sabiduría, por el conocimiento)”. ¡Cuánta razón! Desde luego la suya no fue una existencia insulsa y entre otras cosas por las que luchó y vivió, estuvo el de potenciar “nuestra” –espero que me lo permitan- Sociedad.

En efecto, la capacidad de esfuerzo, la lucha cotidiana por alcanzar el conocimiento, es una de las claves del éxito. Josep fue uno de los mejores, porque quería lo que hacía. Otro amigo, en este caso un endocrinólogo prestigioso, el Dr. Federico Soriguer, me mandó un artículo periodístico de su autoría, en el que pude leer lo siguiente: “Porque no solo de pan vive el hombre, que así, con esta referencia bíblica, comenzaba Federico García Lorca en el año 1931 la conferencia con la que inauguraba la biblioteca de Fuente Vaqueros, la primera de toda la provincia de Granada. En ella Federico cuenta que cuando Fedor Dostoyevsky estaba prisionero en Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, en las cartas de socorro a su familia sólo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!». «Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón».”
La cultura, y en nuestro caso por supuesto el conocimiento, tal como reclamaba Cornellá, resultan fundamentales. En mi clase a los alumnos de la asignatura de Pediatría les dejo claro que a la medicina, si aspiran a ser buenos profesionales, tienen que llegar de la mano de la ilusión, queriendo lo que hacen, que es lo que les va permitir convertirse en conocedores de verdad, a través de lo que recomendaba Marañón: no cansarse de estudiar. La primera letra de ese conocer, la C, constituye precisamente la inicial de un acrónimo: CODIPRA, con el que pretendo transmitir a mis alumnos cuales son los merecimientos de los que tienen que dotarse si desean alcanzar el grado de excelencia. La letra siguiente del referido término, la O, se correspondería con ser observador, tener lo que se decía antes, “ojo clínico”. Como doy por hecho de que todos disponen de tal capacidad y que, en su gran mayoría, para acudir a la Facultad tienen que pasar por delante del antiguo hospital, hoy famoso Hostal de los Reyes Católicos, asumo- les digo- que se habrán dado cuenta de que hay una ventana en su fachada que mantiene el aspecto primitivo, renacentista, frente al barroco del resto. Ni que decir tiene que no desaprovecho la ocasión para hacerles partícipes de que esa atractiva posibilidad de poder contemplar “el antes y el después” se lo tenemos que agradecer a una mujer, a Lola, la Perillana (los interesados en conocer la historia completa pueden buscarla en la red: La perillana – elcorreogallego.es). La letra siguiente, la D, corresponde a desconfiado, no hay que infravalorar nada, “las madres siempre tienen razón mientras no se demuestre lo contrario” y la I se refiere a los necesarios conocimientos de informática y del idioma inglés. Todavía nos falta casi la mitad de la palabra, todavía nos falta el PRA. Y llegado ese momento es cuando procedo a advertirles: “Señores, nunca vayan a un médico que le falte la mitad de la palabra, nunca vayan a un médico que le falte la práctica, por mucho que sepa”.

Cumpliendo con los requisitos anteriores ya tenemos garantizado un gran profesional, que, en este caso concreto, ha decidido dedicarse a la atención de los adolescentes. Tarea ardua, sin lugar a dudas. Edad difícil, con una muy especial problemática, por más que se nos asegure que debemos descartar que esta etapa de la vida lo sea de conflicto. Lo cierto es que cada adolescente representa una época histórica y una posibilidad de ser dentro de su contexto social. A la patología propia de cada individuo tenemos que sumar, en esta época de la vida, la inherente a ese específico momento, mucha de la cual tiene que ver con las circunstancias: cambios profundos en la vida familiar, en la tecnología, en la cultura y en los valores. La nueva civilización trae consigo nuevos desafíos, situaciones que nos sorprenden y frente a las cuales no siempre se cuenta con la debida preparación. Por ejemplo, en nuestra sociedad ha aparecido un discurso que cuestiona la identidad de los géneros e introduce una nueva dimensión:
la multiplicidad de identidades y el rechazo de la feminidad y de la masculinidad como categorías unívocas e inamovibles. Vemos así como las identidades sexuales en el momento presente trascienden el concepto de género. Y, si me lo permiten, me gustaría recordar en respuesta a los partidarios de permitir la transición a los niños con disforia persistente de género, algo que considero importante, las palabras de la especialista en bioética Allice Domurat Dreger, quien nos advierte de que “la gran mayoría de los niños que afirman que su género no concuerda con su sexo natal olvidan esa discrepancia cuando crecen”. Stephanie Brill señala: “Es importante no sobrediagnosticar a niños transgenéricos”. Tómenlo como un aviso para navegantes, ya me entienden, y comprenderán que no es el momento para más consideraciones.

Por otro lado, con ayuda de la cosmética, la ropa, la medicina, la nutrición y la cirugía estética, sobre todo las mujeres, consideran que pueden construir un cuerpo conforme a los cánones de belleza actuales que le exigen un cuerpo joven, bello, delgado, dinámico, saludable, en definitiva una máquina perfecta. Podemos preguntarnos el porqué de esta disposición femenina a semejante esclavitud, que a veces llega a someterse a costosas y dolorosas operaciones de cirugía estética desde muy tempranas edades, como el hecho cada vez más común de pedir como regalo a los padres un aumento de pecho o una liposucción. Reconozcamos que los modelos de referencia que la sociedad ofrece son, fundamentalmente, aquellos que aparecen en los medios de comunicación de masas. La exigencia es brutal. Enfermedades como la anorexia y la bulimia, que cada vez afectan a más personas de ambos sexos y de menos edad, algo tiene que ver con esta distorsión cultural, que propone modelos tan inalcanzables como antinaturales.

Aparte de lo señalado, súmese el que no hay que olvidarse de la influencia de las nuevas tecnologías y el hecho de que los jóvenes cuelguen cosas en la red que dejan una huella permanente y de lo que muchas veces después se arrepienten, lo que puede suponer un serio problema. El tabaco, el alcohol y la drogadicción, las enfermedades de transmisión sexual y el suicidio se encuentran entre los muchos riesgos sanitarios a los que se enfrentan los adolescentes. No hay que ignorar la creciente presencia de la violencia y sus manifestaciones: acoso –bullying-, violencia de género y violencia filio-parental. Por último, no nos resistimos a dejar pasar por alto un hecho sin precedentes: la aparición de nuevos trastornos. Por ejemplo, el del niño que antes se consideraba muy inquieto en el aula y le costaba prestar atención, y que ahora es susceptible de sospecha de padecer un trastorno de hiperactividad. Y se le receta, faltaría más, en un porcentaje que considero está muy por encima de la frecuencia aceptada, porque el mundo actual tiende a pensar que se puede solucionar todo a base de pastillas. Y cuando así se actúa frente a un proceso banal como si fuera una enfermedad se está restando dignidad a quienes verdaderamente la sufren.

Nuestra sociedad debe de dar respuesta a la compleja realidad de la adolescencia en el momento en que vivimos, a los nuevos retos. Como profesionales en más de una ocasión vamos a encontrarnos caminando al borde del precipicio, enfrentados a situaciones nuevas para las que no hemos recibido la adecuada formación, lo que nos lleva a implorar, llevamos ya mucho tiempo esperando, que se reconozcan de una vez las especialidades pediátricas. Tratemos, en todo caso, mientras tanto, que cualquier desafío, sea como sea –los profesionales de la medicina hemos dado pruebas sobradas de superar cualquier adversidad-, nos encuentre preparados. Los jóvenes muchas veces van a requerir de la ayuda de un profesional para que su vida retorne a ámbitos normales, donde con nuestro apoyo puedan rescatarse a sí mismos y brindarse una nueva opción para trascender el hecho de encontrarse en una situación límite.